jueves, 20 de marzo de 2008

Del Parque Rivadavia a Tetuán


..................................................................................... A los libreros del Parque Rivadavia
El Parque Rivadavia es para algunos un paisaje natural, o mejor dicho, una auténtica reserva ecológica donde serpentean ríos de bateas llenas de libros que, como peces, se ofrecen en distintos tipos, colores y tamaños... y para todos los gustos y edades. Algunos de estos libros disimulan su vejez, con un celofán que los envuelve delicadamente.
"¡Los libros no muerden!" Decían nuestras abuelas y tenían razón. Son mansos y se dejan tomar. Los libreros y libreras del Parque Rivadavia - y en general todos los libreros del mundo- son una fauna ciudadana a la que debe cuidarse y mucho, porque son los celosos custodios de esta cultura envasada en hojas.

Lo cierto es que Daniel y su hijo -visitantes asiduos de este parque- apuraron aquel mediodía dominguero para aprovechar la tarde. Después de unos toques a la pelota, pasaron por la calesita, que siempre da la bienvenida a los que recién llegan por la calle Rosario.
Sonaba a buen volumen el tango “Maxiquiosco”...

- ¡Qué lástima!, ya no tengo ni la excusa de sostenerte en el caballito para poder subirme a dar una vuelta - dijo Daniel
Nacho sonrió plácidamente y le guiñó un ojo al padre.
Pero lo que acababa de hacer Nacho, no era un simple gesto de consentimiento, era más que un mimo y un “Sí, Papá”, era nada menos que un código, parte del secreto lenguaje que habían construido en años de convivencia y a fuerza de cataratas de diálogo.

Después de caminar y hurgar en varios puestos de libros se tomaron un descanso en la única mesa desocupada por los amantes del ajedrez.
Sentados frente a frente Nacho dijo:
- Ché pa´, después ayudáme a encontrar algo “groso”...
Daniel, siguiendo con su mirada el ambular de dos hormigas sobre la superficie del tablero, le dijo,:
-Claro, -y agregó- de repente me acordé de un paseo verdaderamente increíble…querés que te cuente?
Una vez Discépolo, paseando por una feria muy lejana -a muchos miles kilómetros de aquí-, en medio de perfumes y olores raros, exóticos, entre voces que no comprendía, se llevó una increíble e inolvidable sorpresa.

-¿Quién se llevó una sorpresa?-
-
Enrique Santos Discépolo, compositor de tangos imborrables, además de ser actor y autor teatral. Fue un poeta que reflejó la realidad de su tiempo¡ como nadie!.
-¿Y cuál fue la sorpresa?
-Discépolo por razones de trabajo estaba de gira. Viajó con su esposa Tania. Ella había sido una artista española que cantaba canciones de su tierra natal, muy querida por todos, pero que con el tiempo se dedico a cantar tangos junto a su gran amor Enrique. Visitaron Madrid, Barcelona y otras ciudades españolas y les fue muy bien. Después pasaron por París.
-¡Bulebú! ...¡Francia!
- ¡Sí, y luego Portugal!. Con semejante gira se tomaron un descanso y decidieron cruzar al continente africano.
- Qué vueltita, viejo ¿no?
-Si... y merecidísima porque habían trabajado muy duro. Llegaron a Tetuán, ciudad de Marruecos.
y continuó...
- Discépolo, en un momento dado paseaba solo por un zoco, decidido a comprar unas auténticas babuchas que quería como recuerdo.
-¿A un zoco?- interrumpió Nacho -¿y qué es eso?.
- Un zoco es un mercado de compras donde podes encontrar de todo “bueno, bonito y barato”: artesanías, tapices, alfombras, babuchas... y el regateo está a la orden del día.
- El rega ¿qué?
- El regateo –Nacho- es una discusión entre el comprador y el vendedor sobre el precio de la mercadería.
-¿Como cuando se compra un libro acá en el Parque Rivadavia?
-Acá -dijo el padre sonriendo, con una mueca sugerente, mientras sus ojos brillaban intrigantes y su voz se hacia mas grave:
“A los libreros del Parque Rivadavia,... se los puede ver mutar... pero ¡No como vulgares hombres lobos! ¡Nooo, hijo mío! Ellos pasan de ser sabios consejeros con calma milenaria a tenaces regateadores, propios de un zoco marroquí en segundos y todo, ante la mirada absorta del visitante novato...”
Ambos se rieron con ganas...
-Ahora hablando en serio, Nacho, el regateo en Marruecos es más que un simple intercambio económico, es un paso obligatorio: el precio se debe discutir para que pueda realizarse la venta, es una vieja costumbre que en esas tierras se respeta.


- Entiendo pá... y las babuchas ¿qué son?
- Son el calzado típico de la región. Y justamente, entre medio de gritos y discusiones propias del zoco, mientras un babuchero le ofrecía el más hermoso de sus calzados y se disponía a discutir el precio, algo desorientó a Enrique, porque entre el bullicio de la muchedumbre y los ruidos de la feria una música llegaba a sus oídos que hacía todo más familiar en aquella ciudad lejana.

- ¿Pero qué escuchó?
- Desde un viejo gramófono sonaba “Yira-Yira” - un tango de él, un tangazo- pero eso no era todo, el comerciante - un judío sefardí- lo canturreaba un poco en castellano y otro poco en hebreo... su tango en medio de la caricia del sol africano, entre manantiales siempre cercanos, entre mujeres con velos y hombres de turbantes. En definitiva, era nuestro tango, que se escuchaba - un día de 1935- en la llamada ciudad de todos los misterios...
-¡Eso si que fue “groso” viejo!.
- ¡Ya lo creo!....

Repentinamente, una ráfaga de viento cálido, lanzó del tablero a las dos hormigas empeñadas en llevarse grandes trozos de hojas de fresno, que prosiguieron su camino entre baldosones rotos, como quien pasa de una dimensión a otra sin cuestionamiento alguno.

-Vamos Nacho- dijo el padre y le acarició la cabeza.

Se volvieron por el otro río de libros, en dirección hacia la Avenida Rivadavia.
Cada uno fue inclinándose sobre las bateas preferidas. Tecleando sobre los lomos, leyendo títulos y autores, apreciando ilustraciones y fotos de todos los tiempos.
Un rato después, en el puesto “Fuenteovejuna” de Juan Carlos ambos se encontraron a la hora acordada. Cada uno poseía una bolsita con dos libros. Daniel, estaba contento por haber conseguido la “Historia de la Milonga” de Roberto Selles. El otro libro era de Sergio Pujol y mostraba en su tapa un elegante rostro de Discépolo. Lo abrió en la página doscientos cincuenta y cuatro; la misma página que un año antes había leído por primera vez, en una biblioteca de su barrio.

-Mirá lo que sintió en aquel zoco, a miles de kilómetros de su amada patria.

Nacho leyó en voz alta las palabras de Discépolo:

“...di por bien empleados los desvelos
que me habían costado mis tangos.
Todos eran pocos para pagar aquel momento...”


Y se fueron caminando unas cuadras...

-¿Te quedaron monedas para el bondi?.¡ Sacá el boleto vos! dijo Daniel
- Si viejo y ojalá nos podamos sentar..., así te muestro los libros que
conseguí, ¡ bah!...que me recomendó...
-Si ya sé, ya sé, no me lo digas -dijo Daniel-“Un sabio consejero con calma milenaria...”

Y el eco de las carcajadas pareció llegar hasta aquel zoco de Tetuán en una ráfaga de viento cálido que había pasado por el Parque Rivadavia.


Daniel Yarmolinski - Graciela Pesce
Dibujo: Pablo Ferreyra
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