jueves, 20 de marzo de 2008

Del Parque Rivadavia a Tetuán


..................................................................................... A los libreros del Parque Rivadavia
El Parque Rivadavia es para algunos un paisaje natural, o mejor dicho, una auténtica reserva ecológica donde serpentean ríos de bateas llenas de libros que, como peces, se ofrecen en distintos tipos, colores y tamaños... y para todos los gustos y edades. Algunos de estos libros disimulan su vejez, con un celofán que los envuelve delicadamente.
"¡Los libros no muerden!" Decían nuestras abuelas y tenían razón. Son mansos y se dejan tomar. Los libreros y libreras del Parque Rivadavia - y en general todos los libreros del mundo- son una fauna ciudadana a la que debe cuidarse y mucho, porque son los celosos custodios de esta cultura envasada en hojas.

Lo cierto es que Daniel y su hijo -visitantes asiduos de este parque- apuraron aquel mediodía dominguero para aprovechar la tarde. Después de unos toques a la pelota, pasaron por la calesita, que siempre da la bienvenida a los que recién llegan por la calle Rosario.
Sonaba a buen volumen el tango “Maxiquiosco”...

- ¡Qué lástima!, ya no tengo ni la excusa de sostenerte en el caballito para poder subirme a dar una vuelta - dijo Daniel
Nacho sonrió plácidamente y le guiñó un ojo al padre.
Pero lo que acababa de hacer Nacho, no era un simple gesto de consentimiento, era más que un mimo y un “Sí, Papá”, era nada menos que un código, parte del secreto lenguaje que habían construido en años de convivencia y a fuerza de cataratas de diálogo.

Después de caminar y hurgar en varios puestos de libros se tomaron un descanso en la única mesa desocupada por los amantes del ajedrez.
Sentados frente a frente Nacho dijo:
- Ché pa´, después ayudáme a encontrar algo “groso”...
Daniel, siguiendo con su mirada el ambular de dos hormigas sobre la superficie del tablero, le dijo,:
-Claro, -y agregó- de repente me acordé de un paseo verdaderamente increíble…querés que te cuente?
Una vez Discépolo, paseando por una feria muy lejana -a muchos miles kilómetros de aquí-, en medio de perfumes y olores raros, exóticos, entre voces que no comprendía, se llevó una increíble e inolvidable sorpresa.

-¿Quién se llevó una sorpresa?-
-
Enrique Santos Discépolo, compositor de tangos imborrables, además de ser actor y autor teatral. Fue un poeta que reflejó la realidad de su tiempo¡ como nadie!.
-¿Y cuál fue la sorpresa?
-Discépolo por razones de trabajo estaba de gira. Viajó con su esposa Tania. Ella había sido una artista española que cantaba canciones de su tierra natal, muy querida por todos, pero que con el tiempo se dedico a cantar tangos junto a su gran amor Enrique. Visitaron Madrid, Barcelona y otras ciudades españolas y les fue muy bien. Después pasaron por París.
-¡Bulebú! ...¡Francia!
- ¡Sí, y luego Portugal!. Con semejante gira se tomaron un descanso y decidieron cruzar al continente africano.
- Qué vueltita, viejo ¿no?
-Si... y merecidísima porque habían trabajado muy duro. Llegaron a Tetuán, ciudad de Marruecos.
y continuó...
- Discépolo, en un momento dado paseaba solo por un zoco, decidido a comprar unas auténticas babuchas que quería como recuerdo.
-¿A un zoco?- interrumpió Nacho -¿y qué es eso?.
- Un zoco es un mercado de compras donde podes encontrar de todo “bueno, bonito y barato”: artesanías, tapices, alfombras, babuchas... y el regateo está a la orden del día.
- El rega ¿qué?
- El regateo –Nacho- es una discusión entre el comprador y el vendedor sobre el precio de la mercadería.
-¿Como cuando se compra un libro acá en el Parque Rivadavia?
-Acá -dijo el padre sonriendo, con una mueca sugerente, mientras sus ojos brillaban intrigantes y su voz se hacia mas grave:
“A los libreros del Parque Rivadavia,... se los puede ver mutar... pero ¡No como vulgares hombres lobos! ¡Nooo, hijo mío! Ellos pasan de ser sabios consejeros con calma milenaria a tenaces regateadores, propios de un zoco marroquí en segundos y todo, ante la mirada absorta del visitante novato...”
Ambos se rieron con ganas...
-Ahora hablando en serio, Nacho, el regateo en Marruecos es más que un simple intercambio económico, es un paso obligatorio: el precio se debe discutir para que pueda realizarse la venta, es una vieja costumbre que en esas tierras se respeta.


- Entiendo pá... y las babuchas ¿qué son?
- Son el calzado típico de la región. Y justamente, entre medio de gritos y discusiones propias del zoco, mientras un babuchero le ofrecía el más hermoso de sus calzados y se disponía a discutir el precio, algo desorientó a Enrique, porque entre el bullicio de la muchedumbre y los ruidos de la feria una música llegaba a sus oídos que hacía todo más familiar en aquella ciudad lejana.

- ¿Pero qué escuchó?
- Desde un viejo gramófono sonaba “Yira-Yira” - un tango de él, un tangazo- pero eso no era todo, el comerciante - un judío sefardí- lo canturreaba un poco en castellano y otro poco en hebreo... su tango en medio de la caricia del sol africano, entre manantiales siempre cercanos, entre mujeres con velos y hombres de turbantes. En definitiva, era nuestro tango, que se escuchaba - un día de 1935- en la llamada ciudad de todos los misterios...
-¡Eso si que fue “groso” viejo!.
- ¡Ya lo creo!....

Repentinamente, una ráfaga de viento cálido, lanzó del tablero a las dos hormigas empeñadas en llevarse grandes trozos de hojas de fresno, que prosiguieron su camino entre baldosones rotos, como quien pasa de una dimensión a otra sin cuestionamiento alguno.

-Vamos Nacho- dijo el padre y le acarició la cabeza.

Se volvieron por el otro río de libros, en dirección hacia la Avenida Rivadavia.
Cada uno fue inclinándose sobre las bateas preferidas. Tecleando sobre los lomos, leyendo títulos y autores, apreciando ilustraciones y fotos de todos los tiempos.
Un rato después, en el puesto “Fuenteovejuna” de Juan Carlos ambos se encontraron a la hora acordada. Cada uno poseía una bolsita con dos libros. Daniel, estaba contento por haber conseguido la “Historia de la Milonga” de Roberto Selles. El otro libro era de Sergio Pujol y mostraba en su tapa un elegante rostro de Discépolo. Lo abrió en la página doscientos cincuenta y cuatro; la misma página que un año antes había leído por primera vez, en una biblioteca de su barrio.

-Mirá lo que sintió en aquel zoco, a miles de kilómetros de su amada patria.

Nacho leyó en voz alta las palabras de Discépolo:

“...di por bien empleados los desvelos
que me habían costado mis tangos.
Todos eran pocos para pagar aquel momento...”


Y se fueron caminando unas cuadras...

-¿Te quedaron monedas para el bondi?.¡ Sacá el boleto vos! dijo Daniel
- Si viejo y ojalá nos podamos sentar..., así te muestro los libros que
conseguí, ¡ bah!...que me recomendó...
-Si ya sé, ya sé, no me lo digas -dijo Daniel-“Un sabio consejero con calma milenaria...”

Y el eco de las carcajadas pareció llegar hasta aquel zoco de Tetuán en una ráfaga de viento cálido que había pasado por el Parque Rivadavia.


Daniel Yarmolinski - Graciela Pesce
Dibujo: Pablo Ferreyra
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martes, 19 de febrero de 2008

Gardel y un abrazo para el alma

Abuelo y nieto salieron a pasear. Ambos tenían unas ganas grandes de caminar y conversar. Se debían una salida. Y cumplieron.
Aquella tarde de otoño y sol, abrazados como era su costumbre, llegaron por la calle Corrientes hasta la estación del subte B Leandro N. Alem...

- Esteban ¿sabías que cuando estaban construyendo esta estación de subte encontraron restos fósiles de mastodontes, aquí en plena Corrientes?...
- Fáaaa, ¡mastodontes! Abuelo. ¿Ésos que eran parecidos a los elefantes, con pelos largos y cuernos más largos?
-Sí - dijo el abuelo subiendo el cierre de su campera.


Caminaban serenos cuando una ráfaga de viento invitó a un abrazo más estrecho.

- ¿Y como fue eso que tu viejo te contó del año 1929? Y te digo que me acuerdo del año por “los ñoquis del 29”, abuelo – aclaró Esteban con un guiño cómplice.

-
¡Ah sí! Te cuento: En aquel año era presidente Hipólito Yrigoyen. Los diarios hablaban de los primeros colectivos. Los barrios crecían y se multiplicaban caprichosamente en Buenos Aires. Entonces el tango hacía furor. Y había una casa comercial - la Max Glücksmann- que era todo un símbolo de la industria fonográfica y del cine en nuestro país.
-¿Max cuánto abuelo?
-Max Glücksmann, así se llamaba el dueño, que a principios del siglo XX comenzó haciendo “delivery” de cilindros de fonógrafos a bordo de un triciclo de repartos. Transcurrió el tiempo y su empresa -que contaba con varias sucursales en el interior y en Sudamérica- entonces organizaba concursos de tangos nuevos. Los premios que ofrecía la Casa Max Glücksmann eran excelentes y por eso en aquel sexto certamen se presentaron cuatro mil obras que vibraban y prometían resonar en las manos del jurado, como ahora hacen los celulares, je, je... que los tenés que atender o...
- Entendí abuelo...
-¿Y sabés quien era parte integrante de ese jurado? El ya entonces célebre y amado Carlitos Gardel.
-¿Mucha plata en juego, abuelo?
preguntó Esteban
- Si, pero también había prestigio y honra en juego; por eso intervenían músicos y letristas de renombre. Mirá, después de las preselecciones -continuó el abuelo- si mal no recuerdo, quedaron cuatro tangos para un final emocionante: “El barbijo”, “Misa de Once”, “Prisionero” y “Margaritas”.

Hizo una pausa y continuó:

-
El procedimiento para saber quién ganaba el concurso me parece interesante rescatar: El propio Carlitos Gardel debía grabar los temas en discos de pasta exclusivamente para el jurado. Fijate que eso, solamente, pasaba a ser un premio para llevar por siempre en el alma... Bueno, lo cierto es que al final, una tardecita de enero, el jurado, después de escuchar los discos le otorgó el Gran Premio de Honor al tango “Margaritas”. Ahora faltaba notificar al autor y al compositor.

El frío arreciaba y ambos –abuelo y nieto- apuraron el paso graciosamente sincronizado hasta que se detuvieron bruscamente en un bar, “el mejor del mundo”, pensaron cuando sus ojos divisaron unas medialunotas brillantes y... -¡A tomar la leche!. Dijeron a dúo.

Después de observar el ritual del mozo sirviendo en cada taza, Esteban comenzó a juguetear con el paquetito de azúcar y antes de verterlo en el humeante café con leche, preguntó:

- ¿
Y como siguió la historia abuelo?
- Bueno, se puso interesante la historia porque Gardel conocía al letrista del tango ganador: Gabino Coria Peñaloza ( poeta cuyano, descendiente del caudillo Vicente “Chacho” Peñaloza) pero, del autor de la música sólo sabía el apellido: Moreno González. Gardel -creador de pura cepa- tenía curiosidad por conocer a ese otro creador, destacado entre miles de participantes y quiso darle la gran noticia en persona. Así lo hizo...
¿Podés imaginar -hoy-, a una afamadísima estrella del espectáculo, a un indiscutido creador en el arte de nuestro pueblo llevando -casi anónimamente- semejante noticia de forma personal? preguntó el abuelo.


- Sí abuelo, con movileros de radio y TV. en directo...

Tras un breve silencio, no sin antes comer el más rico pedacito de medialuna, el último, prosiguió:

-Cuando Carlitos Gardel llegó hasta la casa de Moreno González, tocó el timbre y salió un chico con muletas, de no más de quince años. Gardel le pidió hablar con su papá, a lo que el muchacho respondió:

-
Mi padre está en el Brasil; es el embajador del Paraguay en Río. Si usted quiere dejar algo dicho, yo puedo escribirle.

Mientras el jovencito hablaba, Gardel se conmovió al ver que le faltaban las piernas.

-Quiero que le digas que su canción “Margaritas”, obtuvo el gran Premio de Honor.

-¿Y qué hizo el pibe cuando lo vio?
-Se quedó petrificado. Porque por un lado él conocía esa cara, le era familiar, la había visto una y mil veces en fotos de revistas, sin darse cuenta que era el mismísimo Carlitos Gardel, el morocho del abasto. Así que confundido, contestó un poco balbulceante:

-Mi padre no hace canciones, es diplomático y es historiador.
-Pero entonces
–preguntó Gardel algo ansioso
-¿Quién hace tangos en esta casa?.

Juan Carlos, con voz temblorosa, le dijo:

-Yo señor soy el que hizo la música de “Margaritas”.

Por unos instantes Gardel pareció enmudecer. Una tropilla de potros criollos habitó su corazón y cuando pudo volver a recomponerse, le encajó un abrazo tan pleno y lleno de magia -que en el tiempo que duró- ambos se reconocieron y supieron del otro. Juan Carlos, supo quién era el de las fotografías que habían desbordado su cabeza unos segundos antes y Gardel, por su parte, supo -allí mismo- del tren que había dejado sin piernas a Juan Carlos Moreno González, creador, nacido en el Paraguay, que solo contaba con quince años.

El tango “Margaritas” recibió de premio mil quinientos pesos en efectivo. Fue un éxito y tuvo varias versiones, y toda vez que el zorzal criollo lo interpretaba, de sus ojos negros brotaba un lagrimón como evocando ese gran abrazo entre creadores y aquella sorpresa fuerte que les había dado la vida.

Cuando salieron del bar hacia la calle Florida, la peatonal, Esteban comentó:


-¡Cuántos turistas! Parece que estuviéramos en otro país, sino fuera por el tango que se escucha.
-¿Y la historia “del 29” te pareció de otro país?
-¿Que decís abuelo con tanto tango?
-Como toda la historia del tango, esta historia que te conté también fue protagonizada por inmigrantes: Max Glücksmann, era austríaco y Juan Carlos Moreno González, paraguayo ...
¿Y Gardel?
Apuró Esteban.
-Bueno,... ¿Gardel? ¡Gardel es un argentino nacido en Toulouse!.

El abuelo guiñó un ojo al cielo que lucía celeste y blanco, abrazó más fuerte a Esteban y juntos, muy juntos rumbearon para casa.


Daniel Yarmolinski - Graciela Pesce


Dibujo: Pablo Ferreyra
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martes, 29 de enero de 2008

El Organito

Una vez con mis abuelos fuimos a visitar la increíble ciudad de Luján. Era un domingo soleado. La plaza infinita, repleta de gente y su hermosa basílica formaban el zócalo de ese cielo tan argentino y tan lleno de esperanzas.
Todo era una fiesta para mis ojos.
Pronto a mis oídos llegó una melodía dulzona, pequeñita como una lombriz de tierra haciendo galerías entre el murmullo y los ruidos de la plaza.
Aquel sonido tan familiar dibujó la sonrisa de mis abuelos.

-¡El organito!-, exclamaron juntos.

Parado a unos cuantos metros, un hombre con pintoresco traje festoneado como para ir a un bailongo, hacía girar ese singular instrumento musical.
Finalizado el paseo y de regreso al barrio, en pleno traqueteo del tren, conversábamos:

-Esos aparatos venidos de Europa nos ponían al tanto de las novedades musicales -dijo mi abuela y continuó:

-¿Te acordás Luis de sus adornos con filetes y los organitos más grandes de colores brillantes, celestes o rosas que iban montados sobre ruedas o chatas y hasta algunos tirados por caballos...
-Era común verlos en los almacenes, los bares y pulperías- apuntó el abuelo.
-¡Y también en las calesitas!- interrumpió la abuela con su mirada cómplice.


Mientras, en el tren desfilaban los vendedores ambulantes...

-Mirá que lindo sería ver caminando por estos vagones a esos organilleros con sus cajas musicales colgaditas del cuello. Antes había tantos...y muchos eran inmigrantes- dijo el abuelo con algo de nostalgia y agregó:
-¿te acordás de ese napolitano con bigotes espesos y barba crecida que llevaba entre dientes la pipa de barro?.
-¡La Cachimba! -
aclaró la abuela.
-Si, y que feliz se lo veía al aire libre recorriendo las calles, "volanteando" tangos. Estábamos los chicos en Plaza Irlanda y se lo podía escuchar desde tres o cuatro cuadras de distancia, desde la calle Pujol, con esas notas chillonas y desafinadas, refunfuñando entre baches y adoquines.

Contemplando a mis abuelos en ese viaje al pasado, recordé a Evaristo Carriego:

"Has vuelto organillo. En la acera
hay risas...”

-Cinco centavos por pieza y dejábamos de jugar a la pelota con tal de ver al lorito que de "yapa" sacaba del organito papelitos de la suerte -comentó el abuelo.
-A mi me gustaba más el que tenía un monito haciendo piruetas. En ese escuchamos polkas, valses y mazurcas -dijo la abuela.

-Don Angelo el organillero nos decía: "Se precisa questo a questo" y se golpeaba el pecho del lado del corazón, colocándose el dedo índice sobre la frente. Había que saber cuando apurar o retardar la manija para que una nota de la melodía se mantuviera en un sostenido de gran expresión. O parar y alargar el manubrio para que salga el corte en el Tango...tener oficio...tener oficio -dijo el abuelo.

Bernardo González Arrilli nos cuenta sobre un calesitero, que allá por los comienzos del siglo XX, maltrataba a un caballo para que iniciara su marcha y así hacer girar la calesita al compás de la música del organito. Como el caballito no lo lograba, ni tampoco paraba de andar cuando el organito se callaba, el calesitero le daba un golpe en la cabeza, en el frontal o en el hocico.
Los chicos del barrio advirtieron la brutalidad del amaestrador y comenzaron gritándole desde la vereda de enfrente, solidarizados con el pobre animal. Como esto no bastó, junto a sus mamás organizaron un boicot al calesitero. Decidieron no ir más a la calesita, provocando el asombro y el desconcierto del desalmado comerciante quien debió retirarse del barrio.

Pero un verdadero ejemplo de solidaridad era como se compraba un organito.
La familia Rinaldi, dueña de uno de los locales destinados a la fabricación, importación, reparación y afinación, facilitaba la compra de los organitos.
Se le daba prioridad a quienes tenían capacidades especiales. En general se entregaba el organito sin que se pague un centavo por adelantado y sin pagarés, le abrían una especie de "libreta de almacén". La persona trabajaba y a la mañana siguiente pasaba por la fábrica y entregaba a cuenta lo que podía. La señora Rinaldi se encargaba de anotar día a día los aportes y de esa forma, sin documentos y sin otra garantía más que la palabra, el organillero iba saldando su deuda, un verdadero compromiso de honor basado en la generosidad y magnífica predisposición de los fabricantes
.
El tren llegó a la estación de Flores. Bajé repleta de emociones, de la mano de mis abuelos. En el andén busqué a un organito. No lo encontré, pero ya había subido a mi vagón de cuentos en la estación de Moreno, donde mis abuelos habían canturreado a dúo el primer Tango que conocieron en su infancia gracias al organito, un volantero del Tango.

Graciela Pesce


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viernes, 25 de enero de 2008

Duendes Porteños

Se cuenta que desde el principio de los tiempos, los silfos habitaban los bosques cercanos al Rió Rhin en la Europa central. Ellos eran parte del "pueblo del aire", muy pequeños, juguetones, traviesos y con alas.

Las sílfides -compañeras de los silfos- eran muy femeninas y coquetas, con ojitos pícaros y grandes pestañas. Ellas lavaban la ropa con los rayitos más pequeños de la luna y preparaban el alimento para toda la comunidad de duendecitos. Comían frutos del bosque con miel y algo de leche acompañada por huevos de mariposas batidos a punto nieve.


En los ratos de ocio se hamacaban en las telas de araña o bailando al compás de sus alas que sonaban como verdaderas orquestas.

Estos duendecitos, se sentían importantes como intermediarios entre el cielo y la tierra
y muy orgullosos de ser alimento de la vida y el fuego.


Cuando el silencio llegaba a los bosques y la noche llena de estrellas visitaba el lugar, algunos caminantes, solo algunos, llegaban a penetrar en los secretos de la vida de los silfos.

Por cientos de años nada cambió en la vida de estos duendecitos... hasta que un día a siete silfos les picó un espiante aventurero, sintiendo ganas de conocer otras tierras y otros aires.
Así, volando llegaron a España, donde se establecieron cerca de 500 años en los bosques sin ser vistos, aunque haciendo de las suyas. Pero una tardecita nublada de 1534 en Sevilla, oyeron hablar sobre un nuevo mundo y de un largo viaje en barco hacia esa tierra llena de misterio y oro, según se decía.


Los silfos se entusiasmaron con la idea de conocer nuevos aires, nuevos juegos, travesuras y comiditas... y hasta tal vez un gran amor. Y para el Río de la Plata se vinieron.

Arriba en el palo mayor de cada embarcación había duendecitos sonrientes soplando incesantemente en la expedición de Don Pedro de Mendoza, aunque la historia nunca llegó a registrarlos. De esta manera estos silfos se atrevieron a abandonar una vida tranquila por el desafío de conquistar nuevos aires en el mundo.

Un día de febrero de l536 llegaron a estas tierras y al escuchar:

"¡Qué buenos aires son los de este suelo!"

Se sintieron orgullosos, aludidos por estas palabras. Porque el aire es también un camino por donde se trasporta la luz y la palabra. En un soplo llegaron a la llanura y decidieron ir hacia el norte, territorio de los indios guaraníes. Lo hicieron subiendo por el río Paraná.

Ya en territorio guaraní -como cuenta la leyenda-, encontraron a Yasi, la luna, que paseaba por el bosque con forma de mujer y su larga cabellera rubia. Esta diosa americana les dio la bienvenida y contó la siguiente historia:

"En los comienzos de los tiempos de estas tierras del sur, yo paseaba por los bosques junto a una nubecita amiga, Araí, traíamos las ganas grandes de proteger a los seres más pequeños. En un momento, un gruñido amenazador nos sorprendió. Era un yaguareté (tigre) que iba a lanzarse sobre nosotras, que al haber adquirido forma humana, habíamos perdido Poder Divino momentáneamente.
Cuando nos iba a atacar una lanza alcanzó a herirlo. Había sido un viejo
indio valiente quien lo enfrentó en feroz pelea y logró al fin matarlo. Mientras -continuaba la luna-, mi nube amiga y yo aprovechando el momento, tomamos las formas de luna y nube.
Al terminar la batalla, el viejo indio sintió ganas de descansar. Caía la
noche y se durmió junto al árbol. Cuando llegué a sus sueños con Araì, nos presentamos y le dije que había creado una planta nueva y noble como su corazón: Ca-à (Yerba) en agradecimiento por haber salvado a esas dos mujeres en la selva. Le indiqué también que debía tostarla porque era venenosa y como debería usar a esta benéfica y protectora planta".


Cuando terminó el relato, la misma luna les hizo probar el mate quienes lo incorporaron inmediatamente a su alimentación. Algunos lo tomaron amargo, otros lo prefirieron dulce, pero este símbolo de amistad que es la yerba mate lo fue también en el amor de sus hijos y nietos.

Y se cuenta que los silfos nacidos en Buenos Aires, a partir de l880, tangueros todos, cuando alguien abre un paquete de yerba por las mañanas frescas, se confunden en la fiesta de polvillo y aire con la alegría inmensa de quienes comparten mate y alimentan una comparsa eterna estacionada en el corazón.

Daniel Yarmolinski
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Gardel...también ataja


Nacho se desplomó pensativo sobre el sillón más cercano a la televisión. Quiso encenderla pero no vio el control remoto.

-¡Basta de esfuerzos por hoy!- se dijo.

Al fin y al cabo, el día había sido exigente con él.
Los párpados comenzaban a pesarle y las manos, cansadas de atrapar pelotas de gol, sólo llegaron a acariciar la copa de campeón. Antes de entregarse al sueño profundo, le pareció escuchar nuevamente el grito que lo había conmocionado después de su mejor atajada:

-¡Sos Gardel, pibe! Gardel...
Para Nacho, Gardel era el cantor de los discos de su abuelo y a quien conocía por fotos y hasta por un video que habían pasado en el colegio, quien sabe por que motivo. Cuando cerró los ojitos, los últimos Gardel...Gardel...Gardel...sonaron en su cabeza como un eco lejano que fue desapareciendo dulce y lentamente como un arruyo materno.
De pronto se encendieron las luces del estadio. En el centro de la cancha estaba Carlos Gardel.
Sentado en una silla, vestido de gala luciendo su "sonrisa invicta". Miles de personas lo vivaban.
Nacho estaba en la platea baja, no se sentía un extraño. Había caras conocidas y amigas. Todos se saludaban calurosamente en el medio de una lluvia de papelitos, mientras la tribuna popular palpitaba en "avalanchas de ternura"...

-¿Dónde estoy?- se preguntó.

Fue entonces cuando un hombre de extraña vestimenta respondió:

-Hijo...,estás en una reunión importantísima, invitado por quien te dijo:"¡Sos Gardel!". Estás en la "Asamblea Nacional de Corazones", donde nos ponemos de acuerdo todos los argentinos. Y yo, vengo a darte la bienvenida... e inmediatamente arrojó un puñado de papelitos celestes y blancos sobre la cabeza del gurrumín. Nacho quedó asombrado y timidamente preguntó...

-Gracias, ¿y vos quién sos?

-Soy el Secretario de esta Asamblea, un compatriota como vos, un indio machi que alguna vez le dijeron...

Nacho lo interrumpió... -¿un qué... decís?

-Soy un machi, un médico hechicero y consejero de las tribus araucanas que...

-¿y vos también atajabas?

-No, mi mérito fue otro. Te cuento que aquí estamos quienes nos destacamos como vos.



El estadio bullía cuando Nacho preguntó: -¿Cómo es eso?

-Amigo, "todos somos Gardel en algo o para alguien", cuando superamos las expectativas o sorprendemos dando un alegrón de aquellos...

-Claro, Gardel fue un gran cantante...

-Si, Gardel fue un gran cantor. Pero hizo también un culto de la amistad y porque fue un amigazo, es un ejemplo. Y también fue un perseverante trabajador y un creador. Un creador, que se atrevió a forjar nuevos caminos en el Tango, es decir en nuestra cultura. Y por todo el cariño que le tenemos los argentinos, hemos querido que sea él, quien vigile, guarde y vele nuestros sueños, logros e ilusiones más preciados...

-Ahora voy entendiendo- dijo Nacho muy atento

-Y desde los tiempos de nuestra emancipación -continuó el machi- se dijo, que lo aprobado por hombres y mujeres y por un consentimiento unánime, es virtuoso. Y en esta "Asamblea Nacional de Corazones" decidimos de común acuerdo que en su honor, el apellido Gardel sea también un adjetivo calificativo que define al Mejor. Gardel es el gran elogio argentino que testimonia el mérito...

En ese momento sintió el estadio explotar de alegría mientras una voz estridente gritaba ¡Goooool!.

Nacho salió por el vértice del sueño. Cuando abrió los ojos supo que la voz estridente era del relator de la radio de la pieza del hermano. Pronto descubrió que al lado suyo había un vaso con jugo, un pebete, el control de la tele y hasta una nota que cuidadosamente escrita, decía:

"Te amo, hijo".

Nacho hizo un gesto inconfundible de alegría y con su mano levantada y con todas las fuerzas que podían darle sus pulmones grito aquello de... -¡¡Sos Gardel, papáaa!! .




Daniel Yarmolinski

jueves, 24 de enero de 2008

Julia Zenko y su Rayito de Sol





"Con este tango nació el tango y como un grito
salió del sórdido barrial buscando el cielo..."
Enrique Santos Discépolo


El cielo era tan celeste aquella tarde, que daban ganas de estar afuera, en la vereda, en una silla desflecada de mimbre, con un almohadón chatísimo, tejido a mano y a todo color por una bisabuela. Todos querían disfrutar de ese cielo: los perros chismosos, los niños exploradores, las hormigas relocas, la gente silbadora y los adolescentes que estiran la niñez jugando cada día un rato más y atajando la vida en una pelota.
¡Claro!. ¡Con un cielo así!. ¿Quién querría estar adentro?. ¿Julia?. Seguro que no, pero Ella se había comprometido y debía "meterse adentro ", en un estudio para grabar un tango..., ¡pero un tango para los chicos!.
Recordé que a principios del siglo XX en la Casa Lepage se realizaban grabaciones musicales y artísticas en unos cilindros fonográficos traídos en triciclo, a veces por un joven e inquieto empleado llamado Max Glucksmann.

Si Julia Zenko hubiera estado entonces allí, le habría preguntado a este muchacho lo mismo que el gran Arturo de Nava:- ¿Tengo que grabar diez más hoy?-
Y tal vez hubiese agregado:- ¿ Para cuántos chicos?

Es que antes, en cada cilindro sólo se registraba una pieza musical y el artista debía grabar tantos cilindros como clientes tenían en la empresa grabadora. También podría haber ido a grabar a la Casa Tagini, en la esquina de Avenida de Mayo y Perú, donde el mismísimo Carlitos Gardel registró sus primeras canciones (*).
Volví al presente. Julia llegaba al pequeño estudio de grabación.

No dejó el cielo afuera porque lo tenía en sus ojos, y en sus manos traía Tango para moldear como los chicos cuando juegan con masa o plastilina. Entró contenta, iluminando el lugar con su propio rayito de sol. Al cantar puso como siempre todo su corazón, quizás porque como diría Eladia Blázquez,"volvió a la niñez desde la luz". Pero ¿ Donde habría encontrado su rayito Julia?. ¿ En algún bolsillo de los "delantales de aprender" de los pibes, que vio el poeta Horacio Ferrer?. ¿En las trenzas besuqueadas por el sol de alguna muñeca llamada "Milonguita", o en "el sol de la infancia" de María Elena Walsh?. Supe mientras escuchábamos el tango "Chapuzón" y compartíamos un café, que el rayito de Julia era su papá. Esa tarde sentí que ya no habría más noches tristes y sin alumbrar porque el sol comenzaba a derramarse en tango sobre los chicos.

Y desde ese día, para mi inolvidable, me gusta preguntarle a los chicos:
-¿Quién es tu rayito de sol?-
Salen así palabras como: "papá", "mamá", "hermanos", "abuelos", "perros" y "gatos"...
Creo descubrir entonces sus propios tangos y los que vendrán a asomarse a las veredas de la vida, buscando el cielo, siempre buscando el cielo.


Graciela Pesce

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(*) Hay una placa recordatoria en el lugar.
La señora Julia Zenko es mundialmente reconocida como intérprete del Tango argentino. Este escrito también se halla en http://www.educar.org/infantiles/BoletinBulebu/JuliaZenko.asp





miércoles, 23 de enero de 2008

Árbol de Tango


Había hojitas de Tango en el mate compartido, en cada fogón criollo.


De su madera nacieron las caricias en las barandas de los barcos para todos los gringos que llegaban y fue palo maestro del circo criollo y tablón de los teatros saineteros.


Bajo el mismo suelo patrio que cobijó a negros esclavos y libertos, el árbol de tango brotó en sones de lejanos y extraños tamboriles, se entremezcló con lentejuelas bordadas en mantones de habaneras.

Tronco de palenque en pulpería, mesa de almacén y mesa de café.
Creció con vigor en las milongas y escondido junto a los malvones de “conventiyos” esperó a “que haiga luz” entre los cuerpos abrazados para elevar sus ramas “desde los pies hasta los labios”, creció dando sombra en la ciudad como el ombú al payador, se inclinó sobre el Riachuelo y el Maldonado como sauce para escuchar el murmullo del pueblo orillero, se aclimató y multiplicó en hileras por los barrios como el “paraíso” que acompañó a los inmigrantes en su nueva tierra elegida.

La copa del árbol deTango sigue creciendo ante el mundo.

La raíz debe estar sana, su tronco y sus ramas tan fuertes como para que se trepen los chicos, y aniden los pájaros de la memoria y de la identidad.

Graciela Pesce







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Producido por Graciela Pesce y Daniel Yarmolinski

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